jueves, 15 de diciembre de 2011

De siempre

Sin querer me di cuenta,sin querer te escuché queriendo sentir el olor a fresias del balcón, intentando conservar tus palabras en mi cuaderno. Sin querer lloré, para luego sonreir queriendo atrapar en un sólo gesto, en un sólo vuelo, tus cuentos de ayer, de hoy, y de siempre.

Viajaste...

...y aún siento tus pies que bailaban jazz, tus cuentos, tu voz apasionada por los enigmas del universo, la letra viva de tus anotaciones en mis libros. Te extraño, te recuerdo, e ilusa, escribo creyendo que podré leerte aquello que mis manos trazan en el papel al pensarte. En cada rincón del jardín lloran las luciérnagas tu partida.

Martirio

Medias blancas en el primer escalón perciben el temblor de unos pies. Están sucias. Recorrieron un espacio cerrado, una caja de madera. Una y otra vez trazaron la escena al ritmo de las palabras quebradas.Duermen en un cajón de la casa y despiertan llorando en los pies de Martirio. Viven en los míos. Son espacio vacío en la edición de mi obra. Son dos. Son de ella y no míos. Son míos y no de ella. Sombríos. Atraviesan la escena tres figuras azules, son rostros de hoy con cicatrices de antaño. Envidia uno, golpea otro. Callan los muros. Son letra excitada. Son exceso en tus hojas blancas. Se desvanecen las medias, se esfuman las miradas. Deambula un reflejo azul.

domingo, 2 de enero de 2011

Rincones oníricos

Un hombre se desliza por un pasillo largo, verde, con ventanas y sin puertas. Una mujer llora en un rincón la vejez de su vestido naranja, frágil. Él camina junto a la repisa por un cuadro descentrado transitando sus lágrimas que golpean contra el piso mojado, resbaladizo, frío. Ella, pequeña, lejana, corre furiosa sobre su vestido sujeto por finos hilos que penden del alto techo de la habitación. Sus ojos perciben una sonatina detrás de las ventanas, detrás de los cristales, de los viejos y ásperos retazos de tela. Ellos cruzan sus miradas en el zaguán en busca de aquellas manos que se deslizan en el piano, en busca de aquel sonido que acaricia sus cabellos. Bailan, cantan, ruedan, son frágiles, diminutos. Él llora, descansa, recoge el vestido naranja para cubrirse y dormir. Las manos se sueltan, la mirada busca el piso para acabar, allí, en el frío ventanal. Abandonan el lugar sin palabras, sin rodeos, sin escritos. A lo lejos, una niña oye una melodía que se refugia en un retazo de tela naranja, en un pasillo solitario alumbrado sólo por las luciérnagas que danzan.

En las orillas

Los pétalos que trae el mar transforman tu destino
en una lágrima de arena y sal.
Eterna, efímera, ausente.

Huir

Caminan lentamente hacia atrás observando con cuidado la tranquera. Deslizan unas palabras en un murmullo, las últimas, las más tristes, las del comienzo. Corren, se esconden detrás del color, para así, sin prisa, levantar vuelo hacia los arboles que florecen al final del sendero.